¿Quién no conoció un mufa? De esos tipos que los tenés en una ocasión especial, y sale todo mal. Estás jugando un partidito de play con tus amigos y comenta "Che, la tenés clara vos eh..." y en ese momento te la pone Yayá Touré en el angulo, de atrás de mitad de cancha, cuando en realidad estaba despejando un pelotazo...
La historia de hoy se trata sobre Ernesto Muffarini, un pobre tipo acosado por la mala suerte. Desde chiquito quiso ser jugador de fútbol y debutar en la primera del equipo del cual siempre fue hincha, el Club Comunicaciones, ubicado en el barrio porteño de Agronomía. Empezó jugando al baby fútbol. En su primer, su categoría salió última, habiendo ganado solo un partido. Ese día Ernesto se había levantado con fiebre y el resultado fue un contundente 8-0 sobre Los Rosedales. Tras su primer año en el deporte, los profesores, le aconsejaron a sus padres que pruebe otra cosa. Ernesto, frustrado, se dedicó a estudiar. Nunca más tocó una pelota ni miró un partido de fútbol, por largo tiempo. En la escuela le iba bastante bien, pero siempre que faltaba, por alguna extraña razón, todas sus maestras se enfermaban y sus compañeros tenían hora libre desde que llegaban hasta que se iban. Un día, cuando cursaba 6to grado, un compañero lo tiró por una escalera, lo que causó una fractura en la rodilla de Ernesto. El director del colegio, tuvo que buscar más de 348 maestras diferentes para que, en un mes que duró su recuperación, los chicos tengan solamente dos horas y media de clase (ocurrió un día que nuestro protagonista fue a la escuela a pedir la tarea y sus compañeros lo echaron lanzandole lapices, gomas y hasta los bancos).
Ya en su adolescencia, Ernesto, se había mudado a Barracas, por lo cual, no pasó nunca más por Agronomía ni alrededores. Pero, una día, leyendo el "Diario EEEEEESA, TE COMISTE EL CAÑO, PUTO", antigua edición del actual "Diario Olé", sacada de circulación por su largo nombre, divisó el escudo de su eterno amor. La noticia titulaba "El Cartero, a punto de ascender a la B Nacional". A Ernesto se le formó una sonrisa en la cara. Por primera vez en su vida, tuvo suerte. Tuvo suerte de justo ser hincha de Comunicaciones, y que este domingo, si le ganaba el partido en Agronomía a Brown de Adrogué, se consagraba campeón de la divisional C y ascendía directamente a la segunda de fútbol argentino. Recién era martes, entonces Ernesto tuvo tiempo para pensar si volver o no a su querido club. Nunca había ido a la cancha luego de su fatídico paso por el baby fútbol.
El sábado a la noche se decidió por ir. Se acostó temprano, ya que el partido empezaba a las 11 de la mañana, por petición del utilero de Brown que tenía que rendir un parcial de medicina a las 3 de la tarde en la UBA. A las 9 de la mañana estaba desayunando, ya listo para partir al estadio Alfredo Ramos. Tenía muchos nervios, pero no quería perderse ese día. Había quedado con sus antiguos amigos, que en cada ataque de Brown, se daría vuelta y que en cada ataque de Comu, también. Por eso, Ernesto solo vió un par de minutos en la mitad de la cancha. En ese tramo, 4 jugadores del local fueron mordidos y tuvieron que salir, ya que comprando una Coca-Cola (que resultó ser Crush de naranja), Muffarini miró al cordón policial que cuidaba el estadio y los ovejeros alemanes salieron a correr a los mediocampistas aurinegros. A pesar de eso, su equipo ganó y ascendió a la B, aunque no pudo ver ninguno de los 3 goles convertidos esa tarde.
Muffarini se olvidó de su problema con la suerte y se fue de joda dos semanas seguidas. Al volver a la realidad, la AFA impuso la B Metropolitana como tercera categoría, y según su ubicación geografica, Comunicaciones tuvo que disputar ese torneo para poder ascender a la deseada B Nacional, objetivo que jamás cumplió...
Luego de eso, Muffarini, se mudó a Centroamérica, más precisamente a la pequeña isla de Barbados, donde nunca más tuvo contacto con el fútbol.
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